¿CÓMO DANZAR 4’33»?

Si hablamos de danzar probablemente nos referimos a una sensación por la que el cuerpo quiere ser movido, expresado, exprimido para entrar en algún diálogo. Por lo general, cuando se danza es a partir de un momento, de un acontecimiento y por algún sentido o por el mismo sinsentido. Seguramente la mayoría de las veces que pensamos en danzar lo hacemos mientras suena alguna sinfonía, pieza u orquesta, pero ¿qué sucede cuando no hay música como tal sonando y se pretende danzar? ¿De dónde salen esas melodías y armonías por las que el cuerpo se empieza a mover?

La intención de la pregunta ¿Cómo danzar 4’33»? es para relacionarse con el silencio a través del cuerpo, y qué mejor que a partir de lo que suena en ese periodo de tiempo que nos nombra y evidencia John Cage: cuatro minutos y treinta y tres segundos para escuchar un presente, un acontecer, un suceso, un momento inigualable en el que surje una danza única e irrepetible que jamás se volverá a oír.

¿Cómo reconocer los graves? ¿Los agudos? ¿Los altos? ¿Los bajos? ¿Cómo danzar con esa cotidianidad de nuestras vidas? Si bien, ahora mismo estoy escuchando las teclas de esta computadora mientras escribo estas palabras y a la mente me llegan una serie de movimientos, quizá con las mismas manos al escribir en una máquina también se me presenta una especie de fraccionamiento con otra parte del cuerpo al ritmo de las teclas. De repente se escucha una sirena, entonces el cuerpo puede moverse fluidamente, a la forma del vaivén de la ambulancia sonando con sus altibajos. Suenan los ladridos de un perro y se despiertan las sensaciones de mi cadera como si fuera un labrador queriendo salir de la misma, una especie de escape animal mientras arriba de mí se oye extrañamente un helicóptero que me provoca giros circulares con la cabeza.

Sentando esto, estos cuatro sonidos pueden manifestar cuatro movimientos distintos, quizá todos al mismo tiempo o uno seguido de otro, o incluso contraponerse entre sí. A lo que me refiero es que al parecer puede haber una armonía desde el sonido de nuestra cotidianidad y ser traducida por nuestro cuerpo humano. Pero ¿será que tenemos que seguir el mismo ritmo que oímos cuando nos expresamos con los huesos? Bien se puede dar la posibilidad -como lo que sucede en la danza- de romper con el ritmo de lo que suena, como cuando escuchamos una música lenta, una pieza de J. S. Bach o una estruendosa pieza, en donde nos enfrentamos ante la sintonía y tratamos de retarla a partir de la misma oposición que implementamos. Así pues, podemos entrar también en diálogo con lo que suena en el silencio, donde esas mismas teclas puedan ser un movimiento sumamente lento o sutil, o la ambulancia un sonido rígido y tenso.

Si nos damos cuenta que no dejamos de escuchar, tanto con nuestros órganos auditivos como con el mismo cuerpo, nos percatamos de que la danza que surge nos enseña lo que dice el mundo que habitamos, el espacio en el que estamos y las sensaciones que se presentan en el mismo, de manera que su evidencia de otra forma no podrían salir a la luz -o incluso, a la oscuridad-. Pues ¿qué mejor intérprete de lenguaje sonoro que nuestro mismo cuerpo? El cuerpo es ese material, vehículo, transporte o medio por el cual percibimos y escuchamos el entorno en el que no sólo estamos sino vivimos. Es decir, danzándole a la vida a partir de lo que la vida dice, en el silencio, en esa nada que creemos que no suena pero siempre está diciendo algo, ya sea desde lo más minúsculo como las teclas que siguen sonando o las fuertes tormentas que retornan ruidosamente a mi cabeza. Siempre nos está sonando algo, ese algo del que podemos danzar con el exterior y la música del interior.

¿Y no será también que danzamos 4’33» al caminar en nuestro día a día, en los momentos de quietud y reflexión, o en los mismos momentos de escucha? Considero que aunque no haya un movimiento físico, no dejamos de percibir con el cuerpo, entonces la misma percepción podría ser una eterna danza de nuestro cuerpo, ese despertar, ese cambio, esa emoción: el surgimiento de una danza desde la sensación, ya que el cuerpo, cualquiera que sea, no deja de tener expresión. Finalmente, una de las propuestas que planteo con estas ideas es ¿a qué suena eso que no conocemos? Aludiendo a explorar esos espacios sonoros -y no sólo sonoros, sino sensoriales, reconociéndolos a través de los demás sentidos- que no nos son familiares, aquellos que desconocemos en sus sonidos, olores, temperaturas y sabores. ¿Cómo será danzar en una casa ajena? ¿En el parque de otro país? ¿En un lugar lejos de la tierra y dentro del mar? Me parece que estas ideas tienen la intención de conocer esos otros lugares desconocidos y lejanos de formas no habituales, de maneras no tan directas, donde a partir de lo más interno, lo más recóndito y secreto, pueda salir a relucirse de forma más evidente a través del capullo de los sentidos, donde la luz que lo hace abrirse es ese ente que deambula por los pasillos de la existencia llamado cuerpo.

Alejandra Trejo Poo