El DETECTIVE
El sueño que acababa de interrumpir era sobre la víctima veintiocho y a Navarro le supo, de algún modo, premonitorio; en él, una bestia humanoide y de tonos grisáceos perseguía a una chica –rubia, como las demás– por callejones oscuros hasta obligarla a entrar en un edificio abandonado, donde la criatura asesinaría a la chica para saciar su hambre y necesidad. Navarro había despertado en su despacho, exaltado, hizo una llamada y tras tomar su revólver salió en busca de solucionar aquel caso que ya le había tomado tres meses y grandes cuestionamientos a sus habilidades y capacidad.
Algunos de sus enemigos aseguraban que Navarro había perdido lo de detective debido a cuestiones del corazón. Tuvo que romper varias caras para que aquellas habladurías terminaran, aunque bien sabía que guardaban algo de cierto.
Al entrar al edificio encontró a la criatura encima de lo que quedaba de la chica (Navarro entendió, por ejemplo, las mutilaciones, las mordidas y arañazos, la falta de pechos, de rostro; esa aparente facilidad con que habían sido destazadas esas pobres mujeres).
Sacó su revólver y, aprovechándose de la posición de la criatura, disparó. Atinó al costado izquierdo y Navarro también sintió el dolor. No soltó su arma, la sostuvo con una sola mano y dedicó la otra a contener la sangre que ya salía. Fue así como lo supo. En su mente todo encajó. Sabía que aquellas chicas sí guardaban algo en común, fue sólo que no quiso verlo. Todas ellas guardaban un notable parecido con Sofía, su amada, la prostituta que había vuelto a su pueblo unos días antes de que comenzaran aquella serie de asesinatos.
Eduardo Rocha Galván
“Proyecto apoyado por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes”